En Laruinagrafica desvelamos el gran misterio que trae de cabeza a todo el mundo desde tiempos inmemoriales: montañas en Cáceres, mito o realidad.

Algunos días atrás asistíamos en un popular programa de primeras citas de una cadena de televisión a una escena cuando menos curiosa: la protagonista contaba a su recién conocido acompañante que vivía en Sierra de Gata, y acto seguido le explicaba que no, que no era la Gata de Almería sino una comarca montañosa en el norte de Cáceres, en Extremadura. “¿Montañas en Extremadura? No tenía ni idea de que las hubiera”, contestaba el acompañante muy sorprendido, ante la no menor sorpresa de ella intentando entender cómo unas montañas podrían pasarle a alguien desapercibidas. En su defensa hay que decir que ambos eran extremadamente jóvenes, si bien mucho nos tememos que tales situaciones no son exclusivas de la corta edad y que responden más bien a otras cuestiones más complejas que a la mera acumulación de experiencia con el paso de los años.

Recientemente veíamos también en otra cadena de televisión cómo La Vuelta a España finalizaba una etapa en el pico Villuercas, en el  cacereño geoparque mundial UNESCO Villuercas Ibores Jara, ante el asombro continuado y a veces excesivo de los presentadores a propósito de la fiera subida. “¡Y en Cáceres!” decían una y otra vez como un mantra que permitía conectar con los probablemente también atónitos espectadores que asistían cómodamente desde sus casas a las imposibles cuestas hormigonadas del collado de Ballesteros y del propio pico después. 

Pico Villuercas

En Laruinagrafica somos técnicos de senderos de la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada (FEXME en el caso extremeño) y aún recordamos cuando hace años asistíamos a un curso en Castilla y León cómo los compañeros de ese territorio, especialmente los de las montañas palentina y leonesa, junto a los de Asturias, Cantabria y País Vasco reivindicaban la acomodación del manual de señalización de senderos a las peculiaridades de sus territorios, según ellos no solo muy abruptos sino lleno de contrastes, como efectivamente son a poco que uno los haya visitado. Pero lo planteaban así como contrapunto a territorios como Extremadura, donde al parecer todo era homogéneo -sin contrastes, vaya- y la aplicación del manual de señalización proponía menos desafíos y era por lo tanto, y en buena lógica, infinitamente más sencilla. También tales afirmaciones procedían de algo más complejo que de la juventud.

Pinares del Tiétar y sierra de Gredos

Así es que vayamos al relleno de la cuestión: ¿hay o no hay montañas en Cáceres? Para situarnos peninsularmente, el pico más alto de Asturias es Torrecerredo, de 2649 m, que es a su vez, al conformar el límite autonómico, la montaña más alta de Castilla y León. Por su parte en Cantabria sería Torre Blanca, con 2618 m de altitud, mientras que en País Vasco tendríamos el Aitxuri con sus buenos 1551 m. Evidentemente se trata además en todos los casos de regiones eminentemente montañosas, si bien la que ofrece más contrates reales, si dejamos de lado la presencia del mar en las tres que dan al Cantábrico, es sin duda Castilla y León, que en ese sentido –en el de contrate de paisajes, hábitats, usos de la tierra, mapa geológico- se parece mucho más a Extremadura. No tratamos de contraponer ni de comparar territorios, nada más absurdo ni más lejos de nuestra intención, sino de componer un escenario en el que exponer un hecho.

Sierra de Tormantos desde el campo de golf de Talayuela

Pues bien, para responder a la pregunta de si hay montañas en Cáceres, como hemos hecho con los demás partiremos del pico más alto de la provincia, que en este caso es el Calvitero con 2399 m. No está mal. Hay quienes lo ponen en duda porque según se puede interpretar en la cartografía, especialmente en la antigua, el límite provincial con Salamanca, y por lo tanto autonómico con Castilla y León, no pasa exactamente por la cota máxima sino que está desplazado unos metros. A nosotros no nos cabe ninguna duda; no solo hemos estado allí y es obviamente la divisoria entre ambas provincias –como a unos trescientos metros al sureste lo es la portilla de Talamanca entre estas dos y la de Ávila-, sino que consultado el catastro, y aun teniendo en cuenta que su fiabilidad no es absoluta cuando hablamos de metros, la cosa nos queda nítidamente clara. Pero vamos, que si no queremos este nos podemos quedar con la Covacha, que con sus 2395 m se eleva en el mismo rango. Si nos apuran, es incluso mejor referencia pues es aún mayor el contrate en esta zona, ya que desde su cima en el término municipal de Losar de la Vera hasta el río Tiétar en su base, a 250 m de altitud sobre el nivel del mar, hay un salto de 2150 m de altura en apenas 18 km lineales: la mole vertical del macizo de Gredos vista desde los placidos regadíos de la comarca de Campo Arañuelo es apabullante.

Sierra de la Corredera desde el mirador de las Estrellas (Las Hurdes)

A partir de ahí, dejando al oeste la sierra de Tormantos, Riscos Morenos, Canchal de la Mentira, la Cumbre, la Paloma, el Cancho, Cabeza Pelada, el Horco, Peludillo, los Campanarios, Cabeza Berrenda y Batalla, por nombrar algunos y todos por encima de los dos mil metros, componen ese skyline hacia al este, muy cerca del Almanzor que, ya desde Ávila pero prácticamente en el límite provincial, domina con sus 2591 m el Sistema Central. Y hacia el noroeste, limitando la reserva natural de Garganta de los Infiernos la Solanilla, Castilfrío, Mojón Alto o los Sillares; y más allá, desde el valle del Jerte hacia el del Ambroz la Campana, el Turmal, el Torreón, el propio Calvitero y el Pinajarro, siguen superando todos los dos mil. Definitivamente parece que habemus montañas. Y su propia fauna y la flora se empeñan en demostrarlo: fíjense que el narciso asturiano anda por estos lares también. O mamíferos tan singulares como el desmán ibérico del que siguen descubriéndose nuevos núcleos en estos cauces de montaña. O aves como acentores alpinos y comunes, roquero rojo o ruiseñor pechiazul. Abedules, tejos, serbales… y un buen puñado de endemismos gredenses como la lagartija carpetana, pues a pesar de la altitud no dejan de ser montañas de latitud más meridional.

Pico Carbonero

Pero no se vayan todavía, aún hay más. Si continuamos hacia el noroeste llegamos a Las Hurdes, comarca montañosa y abrupta donde las haya, en la que el cerro Rongiero domina las alturas con sus 1622 m. Y más al oeste aún, Sierra de Gata, donde la Bolla con 1517 m (por primera vez debajo de la cota máxima vasca) y el Jálama con 1487 marcan sus elevados límites. Ya mucho más al sur, y al este, en la confluencia de la provincia de Cáceres con la de Badajoz, se levanta el geoparque Villuercas Ibores Jara, donde el pico Villuercas, del que ya hemos hablado y que es el punto más elevado de la región al que se puede acceder por carretera, corta el bacalao de sus cielos con 1601 m, siguiéndole el Cervales con 1441 y el pico Carbonero con 1428. Y aquí la sensación montañesa es brutal, pues los feroces farallones verticales de la cuarcita armoricana se levantan como estalagmitas entre las suaves vegas del Tajo y el Guadiana, al norte y al sur respectivamente.

Puerto de Honduras

Definitivamente hay montañas en Cáceres. La pregunta es entonces: ¿por qué mucha gente no lo sabe? ¿Por qué sigue sorprendiendo esta afirmación en plena era de la información digital? ¿Se trata en definitiva de una provincia abnegada al llano sea como sea? Probablemente sean un sinfín de factores los que expliquen tal circunstancia, en los que cabría analizar histórica, antropológica, geográfica y socialmente la cuestión; o, mejor dicho, la propia Extremadura, pues transciende a lo cacereño esta circunstancia. Está claro que la secesión secular del territorio respecto a los núcleos de riqueza, la lejanía de convivir con una frontera portuguesa hacia la que nadie miraba hasta hace cuatro días -ni nosotros siquiera, desgraciadamente-, la distribución de la tierra, su vasta extensión, las grandes intervenciones del régimen franquista y de las grandes compañías energéticas, el aislamiento de las rutas comerciales al no solo carecer de infraestructuras de comunicación sino incluso al asistir a la desaparición de las pocas que había -como el tejido norte sur del ferrocarril-, la representación arquetípica de lo extremeño, etc., etc., han contribuido a que ocurra algo así. Y puede que también las gentes del norte peninsular tengan una certeza tradicional poco fundamentada de que todo lo al sur es llano y seco; o que todo lo montañoso les es consustancial. Pero tiene que haber más, no todo puede ser echar balones fuera, que es otro de los males que nos aqueja perentoriamente, empezando por nuestros políticos quienes depositan siempre la responsabilidad de todo lo que no mejoramos en Madrid.

Reserva natural Garganta de los Infiernos

¿Acaso tampoco los cacereños somos conscientes del contraste brutal entre las cumbres de casi 2500 metros en el Sistema Central y la penillanura cacereña que apenas alcanza los 400 de media? Es curioso, pero puede que de alguna forma no. No es que los habitantes de la provincia de Cáceres no sepan hoy que existen en ella los valles de Jerte y Ambroz, Las Hurdes, sierra de Gata o La Vera –las Villuercas son ya harina de otro costal-, y en la mayoría de los casos incluso sabrán situarlos en el mapa. Otra cosa es que hayan ido, que los conozcan, y sobre todo se trata más de una sensación de pertenencia o de identidad común. Quizá tenga que ver con la secular separación de diócesis, que responde en sí mismo a la divergencia territorial de la provincia. Lo que a su vez tiene que ver con un inmenso y apasionante periodo histórico que abarca cuando menos desde la cristianización de Roma hasta la relativamente reciente distribución territorial de las comunidades autónomas. Sería muy largo de contar, pero, en definitiva, tengamos en cuenta que en la provincia aún conviven dos diócesis diferentes: la de Coria-Cáceres y la de Plasencia. Y una tercera, la de Toledo, ejerce aún su dominio eclesiástico sobre Guadalupe -la joya espiritual y arquitectónica cacereña- precisamente en las menos conocidas Villuercas.

Y es que como cualquier cacereño nacido fuera de estas comarcas montañosas antes de los años ochenta recordará, visitarlas por aquel entonces era lo más parecido que había a ir al extranjero, o al menos al Pirineo o a la cordillera Cantábrica. Toda una aventura en la que uno no se reconocía en su propia tierra y eso tendría que ver, además de con la distancia y los medios de transporte de la época, con algo cultural. Los tiempos han cambiado, claro está, y la identidad provincial es más palpable. Sin embargo, más allá de la promoción y disfrute de las zonas de baño seguimos sin prestar mucha atención a las montañas en sí. Y más allá de un puñado de senderos más o menos bien señalizados en los mejores casos, y por los pisos bajos de nuestras sierras, como la ruta de Carlos V, no contamos con equipamiento alguno ni tenemos puesta en valor ninguna de nuestras cimas. Y es una pena porque los parajes que esconden son impresionantes: sitios como la plaza de Redondo en el tramo alto de la garganta de la Serrá, en la reserva natural de la Garganta de los Infiernos; la portilla de Jaranda entre esta última y la comarca de La Vera; el imponente descenso desde el Calvitero por la garganta de los Papúos, o el vertiginoso precipicio de la Covacha hacia la garganta de Cuartos, por enumerar algunos, darían para hacer disfrutar mucho a los aficionados a las alturas.

Montes de Tras la Sierra

Hasta la fecha nuestras cimas, en Gredos concretamente, solo se rentabilizan con la práctica de la caza mayor, los recechos a los grandes machos monteses que salen a subasta pública cada año en la reserva regional de caza de la Sierra. Para muchos no es la mejor manera de sacarles partido y probablemente incluso más bien un escollo para hacerlo, por la dificultad de hacer convivir esta actividad, como ocurre en otras muchas comarcas de la provincia, con otras menos agresivas. Pero además de esta zona, las posibilidades de los montes de Tras la Sierra, sobre todo, pero de Las Hurdes o incluso la sierra de Gata también para trazar rutas de montaña son inmensas; por no hablar del geoparque Villuercas Ibores Jara, donde la escalada en los farallones de cuarcita sería además otra gran opción a desarrollar, conciliándola con las aves protegidas que los habitan, claro está.

Quizá sea el momento de empezar a pensar en las montañas de Cáceres como un recurso valioso. O visto lo ocurrido en otros sitios puede que sea mejor que sigan sin existir, quién sabe.