Empezar la narración por el medio y no por el principio… Pues si algo en esta comarca va por el medio es la Vía de la Plata.
In medias res, pues. Empecemos por el medio entonces… La Vía de la Plata es mucho más que un camino, pero no es el inicio de la narración ciertamente. Este camino, o ruta si se prefiere, viene de mucho más allá y nace de lo profundo de la tierra, de lo oculto; como poco habría que hablar de Tartesia -o Tartessos, como gustan llamarla ahora algunos eruditos- y de su afición a los metales y a su comercio entre el Bronce final y la primera Edad del Hierro. Aquella vieja civilización que los griegos tomaron por la primera occidental, de la que se ha creído siempre que tenía como eje el río Guadalquivir, aunque nuevos descubrimientos van abriendo camino, nunca mejor dicho, incluyendo al Guadiana como segunda rueda de este viejo carro. El caso es que Roma no descubrió la pólvora, como en la mayoría de los lugares que conquistó, limitándose a asentar la antigua ruta a base de campamentos militares y piedras en el camino, o sobre el camino de hecho, lo que a decir verdad tampoco fue poca cosa. Y es que esto es determinante -la piedra-, pues el nombre árabe balat, que en alguna de sus acepciones se refiere a camino empedrado derivando incluso en topónimos como balata, fue probablemente a la postre el determinante de su nombre actual por una derivación fonética y no porque la vía tuviera que ver con la plata en sí.
→ Cáparra
Sea como fuere, la Vía de la Plata articuló el oeste peninsular durante siglos –de hecho sigue haciéndolo- a pesar incluso de las dificultades que durante la Edad Media supuso la fragmentación entre norte y sur provocada por los distintos reinos cristianos y musulmanes. Pero antes de este turbulento periodo tuvo un gran esplendor en torno al siglo I de nuestra era y la ciudad amurallada de Cáparra era una de sus encrucijadas: de planteamiento ortogonal, estaba cruzada por dos vías principales perpendiculares entre sí, el cardo y el decumano, coincidiendo esta última con el trazado de la propia calzada de la Vía de la Plata a su paso por el mismo medio de la ciudad. Ambas arterias convergían probablemente en el tetrapylum, el gran arco cuadrifronte de trece metros de altura, único de estas características en la península que se conserva en pie, que es el símbolo reconocido de este yacimiento y de la propia comarca.
→ La península de Granadilla
Y en el medio también quedó Granadilla, y no bajo las aguas del embalse de Gabriel Galán como se preveía, convirtiéndose definitivamente en península en 1965. Pero vayamos por partes: los 1124 habitantes que Granadilla tenía en 1959 fueron forzosamente desalojados, al ser sus tierras poco a poco inundadas por las aguas del recién creado embalse de Gabriel y Galán, reduciéndose en 1960 a más de la mitad de vecinos y produciéndose el último y definitivo destierro en 1965. Y no sólo se vieron afectadas las tierras de Granadilla sino también parte de los términos municipales de Sotoserrano, La Pesga, Mohedas de Granadilla, Guijo de Granadilla, Caminomorisco y Zarza de Granadilla. Hay que decir que la Administración de la época no estuvo a la altura de las circunstancias; con tasaciones en la tercera parte del valor real de algunos de los bienes expropiados, lenta y escasa en el pago de las indemnizaciones, con los vecinos pagando rentas a Confederación Hidrográfica del Tajo por seguir cultivando sus propias tierras sin que aún se les hubiera pagado por ellas, aquellas que no habían quedado inundadas aún, claro. Y por si fuera poco el ganado tampoco podía pastar, pues se procedió a una intensa repoblación de las zonas expropiadas sin inundar con especies alóctonas como pinos y eucaliptos, para lo que se contrató además a trabajadores foráneos.
El caso es que esta villa fortaleza medieval, cuyo magnífico castillo domina el baluarte de su entrada, que fuera fundada allá por el siglo IX por los musulmanes como avanzadilla defensiva y que tras muchas vicisitudes permaneció finalmente en manos de la casa de Alba durante cinco siglos, nunca llegó a inundarse. Y hoy es una visita indispensable porque, a pesar de los pesares, el paseo por todo el perímetro del adarve de su muralla y la visita al castillo son sencillamente espectaculares.
→ Los puentes flotantes
Vinculados a la vía, como elementos de hecho consustanciales a la misma, están los puentes. Es tradicional que los lugareños apelliden “romano” a cualquiera de estas construcciones antiguas cuyo origen desconocen, pero que en la mayoría de los casos se trata más bien de estructuras a lo sumo medievales, aunque a veces se acierta no ya porque lo que quede en pie lo sea sino porque al menos parte de su fábrica reutilizada sí. No es el caso del puente romano de Cáparra, que parece que conserva parte del original romano, aunque ha sufrido notables modificaciones a lo largo de su historia; lo curioso de este puente es también que su pertenencia flota, pues aunque figura un puente romano de Cáparra en la base de datos ministerial como bien de interés cultural con categoría de monumento, esta lo ubica en el término municipal de Oliva de Plasencia, lo que no se corresponde con el puente que conocemos que está en el de Guijo de Granadilla.
Paradójicamente también se publica en un BOE de 1980 un expediente de incoación de un puente romano como “monumento histórico-artístico” –el título que se empleaba para estos casos en tiempos pasados, afortunadamente hoy ya en desuso- en Guijo de Granadilla, pero es difícil saber si se refiere al mismo puente del que hablábamos o al conocido como el Pontón, que tiene también su historia: llamado así por el tamaño de su arco, a este puente se lo identifica también como romano, puede que del siglo II, aunque aquí no hay consenso entre los estudiosos. El caso es que salvaba el cauce del río Alagón, probablemente asociado a la antigua vía que pasaba por Calzadilla y Coria, pero con la finalización de la presa del embalse de Guijo de Granadilla en 1982, la inundación del terreno obligó a construir un nuevo puente y se optó por trasladar este a una nueva ubicación, la actual, en la que parece flotar sobre las aguas embalsadas. Según los autores del proyecto con este nuevo emplazamiento se buscaba que “la pieza objeto del traslado se integre recobrando su perdida significación neutralizando la degradación que puede representar su reducción a forma escultórica”, una solución cuyo discurso parte de la relación entre distancia y tiempo. El resultado es cuando menos sorprendente, uno de esos sitios que impredeciblemente son bastante desconocidos aún.
AZUL PIEDRA · TRASIERRA TIERRAS DE GRANADILLA