El río Alagón riega las fértiles vegas vigiladas por las viejas fortificaciones de Galisteo, Coria y Marmionda. Abrimos sus puertas.
El río Alagón nace en las inmediaciones del pico Ladrón, en Salamanca, y a medida que se acerca a la provincia de Cáceres y recoge las aguas de las Batuecas y Peña de Francia, va aumentando de caudal hasta cambiar de comunidad autónoma, cuando las de los ríos Ladrillar, Hurdano y los Ángeles le ofrecen el aporte definitivo que a la postre originó la idea de embalsarlo aguas abajo. A partir de la presa de Valdeobispo el río recupera más o menos su cauce, que se ve de nuevo impulsado por las aguas del poderoso Jerte, conformando una de las vegas de regadío más fértiles de Extremadura, que se extiende hasta más allá de la ciudad de Coria abriéndose paso después entra las dehesas y los feroces canchos de Ramiro, para ir a morir finalmente al padre Tajo; es lo que conocemos como Valle del Alagón.
Es precisamente esta Coria su capital administrativa, la vieja Caura de los vetones, aquellos pueblos de filiación celta de quienes se dice que la tenían ya por capital antes de la romanización. Después de esta, los romanos formaron una unidad del ejército imperial con estos vetones, el Ala Hispanorum Vettonum, que han dejado testimonios arqueológicos y epigráficos que demuestran su presencia en la conquista de las islas británicas: concretamente en una tumba en el actual museo de la ciudad inglesa de Bath, una inscripción alude a un hispano allí enterrado de la tribu de Caurium, el nombre con el que Roma identificaba a Coria. Eran bravos estos vetones.
Coria goza de un imponente patrimonio, pues además de su relevante pasado romano es sede episcopal desde las dinastías visigodas; salvando el periodo musulmán, claro. Aparte de su declaración como conjunto histórico, la catedral de la Asunción, la ermita de la Virgen de Argeme, el castillo y el propio recinto amurallado son bienes de interés cultural; este último de origen romano y añadidos árabes y medievales, se conserva en su práctica totalidad y tiene cuatro puertas, dos de ellas aún romanas. Y es solo una muestra de lo mucho que se puede ver en esta bella ciudad.
→ Marmionda
El castillo de Portezuelo, o de Marmionda, es una fortaleza cuyo origen sea probablemente almohade, en torno al s. XII, construida sobre un crestón cuarcítico de las estribaciones orientales de la sierra del Arco que domina la portilla excavada por el arroyo del Castillo, llamado así por razones obvias; en cuanto al nombre del propio castillo, se dice que se debe a una doncella mora, hija del señor de la fortaleza, sobre la que se narra la clásica leyenda de amoríos con un capitán cristiano, de esas que nunca acaban bien. En este caso, la bella Marmionda cree ver morir a su amado en una escaramuza a los pies del castillo con las tropas de su padre y enajenada se lanza desde la torre hacia una muerte cierta, pero el caballero cristiano solo estaba inconsciente y cuando al despertar ve a su amada muerta, se atraviesa con su propia espada. En fin, el amor es un ciclón.
En cualquier caso, aunque el castillo está en estado de ruina consolidada sigue siendo imponente y las vistas de los afloramientos de cuarcita armoricana de las sierras del Arco y de Pedroso, así como de las dehesas del entorno, son magníficas, justificando por sí mismas la subida.
→ Cantos rodados en Galisteo
Existen numerosas especulaciones sobre el origen de Galisteo, algunas la relacionan con una mansión de la Vía de la Plata, cuya antigua calzada pasa a sus pies, y hay quienes incluso sitúan aquí la fortaleza de Medina Ghaliayah, aquella en la que, camino del reino de León, Almanzor descansara allá por el siglo X. Lo cierto es que la peculiar técnica de construcción de esta muralla, con cantos rodados del cercano río, parece presentar trazas almohades, pero lo que sí podemos asegurar es que el primer documento escrito en el que parece Galisteo está fechado en 1217, durante el reinado de Alfonso IX de León, el monarca que tomó muchas de las plazas más importantes de Cáceres en el periodo que se ha quedado en llamar, con dudoso acierto, Reconquista. El caso es que este Alfonso contó con la ayuda de las órdenes militares para impulsar la repoblación, por lo que este territorio -incluido en los de Alcántara, que también había tomado- fue cedido a la Orden de Calatrava en 1214. No obstante, la lejanía de los calatravos de su sede en Ciudad Real hizo que finalmente pasaran al cuidado de la Orden de San Julián del Pereiro, que acabaría tomando el nombre de Orden de Alcántara.
Sea como fuera el recinto amurallado y la localidad están declarados conjunto histórico y merecen mucho una visita, en la que hay que prestar especial atención al ábside mudéjar de la iglesia parroquial de la Asunción, formado por dos cuerpos superpuestos de arcos de ladrillo ciegos.
→ Una puerta para San Andrés
La iglesia de San Andrés Apóstol de Torrejoncillo, un edificio exento declarado bien de interés cultural con categoría de monumento en 2014, es el epicentro de la celebración de la famosa fiesta de la Encamisá; a las diez de la noche del siete de diciembre, víspera de la Inmaculada Concepción, sus puertas se abren y de ella sale un estandarte celeste con la imagen de la Virgen bordada, que tras recorrer unos pocos metros es entregado al mayordomo de la fiesta que monta un caballo engalanado para la ocasión. A partir de ese momento tiros, vítores, gritos, olor a pólvora y humo, mucho humo.
Pues el caso es que desde hace pocos años esta iglesia luce una imagen inédita, algo poco habitual ciertamente, ya que tiene una flamante puerta principal nueva: la anterior, muy deteriorada, ha sido sustituida por otra donada por un vecino de la localidad de nombre Carlos Serradilla. Lo curioso es que ha sido él mismo el que la ha fabricado, en lo que ha invertido 3000 horas de trabajo, y para lo que ha utilizado el control numérico por computadora, una herramienta que él mismo ha diseñado y con la que iba dando las órdenes de tallado a través del ordenador. La puerta mide 4,60 m de altura por 3 m de ancho, y pesa 1000 kilos, y además de su decoración cuenta con algo que la hace realmente única: el mirador de la Virgen. En efecto, aunque las puertas permanezcan cerradas, a través de este mirador se puede disfrutar de la imagen de la Virgen de la Inmaculada, con la peculiaridad de que es lo único que se ve del templo, ya que a través de un rayo láser se ha fijado un punto en la puerta y en la imagen con una precisión increíble. Unas puertas muy originales.
