Los canchos de Ramiro son de esos cada vez más escasos lugares que por algún motivo permanecen siempre ocultos al gran público, puede que porque para ir haya que ir específicamente, es decir, que no se pasa por allí por casualidad, o puede que sea porque se sitúa en una de las zonas menos pobladas de la provincia de Cáceres, no ya solo por la tan traída España vaciada, sino porque en realidad son pocos los municipios en este sector occidental de la provincia de Cáceres, muy cerca ya de la frontera portuguesa: baste decir como apunte ilustrativo que Cachorrilla, la localidad desde donde se accede a este maravilloso lugar, cuenta con ochentaisiete habitantes; o que por ejemplo, desde su pueblo más cercano al sur, Ceclavín, hasta su igual al norte, Cilleros, hay treintaitrés kilómetros lineales sin población, ni casi construcción, alguna.   

Sea como fuere, los canchos de Ramiro mantienen esa cierta magia de la terra incognita, a la que es difícil sustraerse incluso yendo repetidas veces. Las impresionantes dehesas que lo circundan, lo recoleto -hasta en el nombre- de Cahorrilla, su localidad de referencia, y la feroz estampa que dibujan recortados sobre el cielo al aproximarse hacia ellos impiden la indiferencia por muchas veces que se visiten; y si es la primera vez aún más, pues tal y como salmodiaba Sade mientras su cantante trotaba en un caballo negro por el Rocío y unos paisanos jugaban al tute, “never as good as the first time”. Y no es que el lugar haya pasado desapercibido a los vientos del conservacionismo, por supuesto que no, pues está incluido en la zona de especial protección para las aves (ZEPA) Canchos de Ramiro y Ladronera, y lo que sorprendentemente es menos conocido, su orilla norte, en la cara de poniente del gran farallón, es territorio de la reserva de la biosfera de Tajo Internacional, lo que ya de por sí debería bastar para su promoción y crédito.

Pero, para entender mejor el lugar describámoslo someramente desde el punto de vista geomorfológico: los canchos de Ramiro son un imponente desfiladero fluvial provocado por el encajonamiento del río Alagón, que aprovecha una fractura en la dura roca al ver aumentado poderosamente su caudal en este punto con las aportaciones del río Árrago y el arroyo de la Hueca. Forman parte del afloramiento de cuarcita armoricana en el flanco del sinclinal de la sierra de la Garrapata, cuyos materiales paleozoicos se depositaron en una plataforma continental, en secuencias alternantes de arenas y arcillas debido a las subidas y bajadas del nivel del mar durante el Ordovícico y el Silúrico, hace por lo tanto entre 488 y 415 millones de años. Tras convertirse en rocas compactadas por un extenso proceso de litificación -en cuarcitas las arenas y en lutitas las arcillas- se plegaron durante la orogenia hercínica en el Carbonífero inferior, hace unos 350 millones de años, generándose su estructura sinclinal. Desde finales del Paleozoico hasta la actualidad, ya en ambiente continental (sin mar, vaya) otros movimientos orogénicos y la intensa erosión fueron suavizado el relieve afectando de forma desigual a las diferentes rocas según su resistencia; como las cuarcitas son las más duras acabaron por conformar los mayores resaltes de estas sierras.

Estos verticales relieves no solo son espectaculares sino que se trata de auténticas “rocas vivientes”, pues además de numerosas evidencias fósiles y una asombrosa agrupación de líquenes entre los que destacan los intensos tonos amarillos de Acarospora hilaris, albergan algunas de las comunidades fáunicas o botánicas más diversas y singulares de Europa, caracterizadas por la abrumadora presencia de grandes rapaces y excelentes muestras de bosque y matorral mediterráneo. Como recrea la lámina de nuestro ilustrador, el lugar idóneo para la nidificación de aves rupícolas, muchas de ellas residentes como su enorme colonia de buitre leonado (Gyps fulvus) (1) con más de 100 parejas, búho real (Bubo bubo) (2), águila real (Aquila chrysaetos) (3), colirrojo tizón (Phoenicuros ochruros) (4), chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) (5), halcón peregrino (Falco peregrinus) (6), collalba negra (Oenanthe leucura) (7), cernícalo vulgar (Falco tinnunculus) (8) o águila perdicera (Aquila fasciata) (9) y otras especies estivales como el escasísimo vencejo cafre (Apus caffer) (10), alimoche (Neophron percnopterus) (11) o cigüeña negra (Ciconia nigra) (12).

Así pues, si alguien quiere encontrarse a sí mismo y con la naturaleza más ubérrima, los canchos de Ramiro son una opción inmejorable; especialmente si no lo conoce, pues ya se sabe que nunca es tan bueno como la primera vez.

Canchos de Ramiro