¿Montañas en Cáceres?
En Laruinagrafica desvelamos el gran misterio que trae de cabeza a todo el mundo desde tiempos inmemoriales: montañas en Cáceres, mito o realidad.
Algunos días atrás asistíamos en un popular programa de primeras citas de una cadena de televisión a una escena cuando menos curiosa: la protagonista contaba a su recién conocido acompañante que vivía en Sierra de Gata, y acto seguido le explicaba que no, que no era la Gata de Almería sino una comarca montañosa en el norte de Cáceres, en Extremadura. “¿Montañas en Extremadura? No tenía ni idea de que las hubiera”, contestaba el acompañante muy sorprendido, ante la no menor sorpresa de ella intentando entender cómo unas montañas podrían pasarle a alguien desapercibidas. En su defensa hay que decir que ambos eran extremadamente jóvenes, si bien mucho nos tememos que tales situaciones no son exclusivas de la corta edad y que responden más bien a otras cuestiones más complejas que a la mera acumulación de experiencia con el paso de los años.
Recientemente veíamos también en otra cadena de televisión cómo La Vuelta a España finalizaba una etapa en el pico Villuercas, en el cacereño geoparque mundial UNESCO Villuercas Ibores Jara, ante el asombro continuado y a veces excesivo de los presentadores a propósito de la fiera subida. “¡Y en Cáceres!” decían una y otra vez como un mantra que permitía conectar con los probablemente también atónitos espectadores que asistían cómodamente desde sus casas a las imposibles cuestas hormigonadas del collado de Ballesteros y del propio pico después.
Pico Villuercas
En Laruinagrafica somos técnicos de senderos de la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada (FEXME en el caso extremeño) y aún recordamos cuando hace años asistíamos a un curso en Castilla y León cómo los compañeros de ese territorio, especialmente los de las montañas palentina y leonesa, junto a los de Asturias, Cantabria y País Vasco reivindicaban la acomodación del manual de señalización de senderos a las peculiaridades de sus territorios, según ellos no solo muy abruptos sino lleno de contrastes, como efectivamente son a poco que uno los haya visitado. Pero lo planteaban así como contrapunto a territorios como Extremadura, donde al parecer todo era homogéneo -sin contrastes, vaya- y la aplicación del manual de señalización proponía menos desafíos y era por lo tanto, y en buena lógica, infinitamente más sencilla. También tales afirmaciones procedían de algo más complejo que de la juventud.
Pinares del Tiétar y sierra de Gredos
Así es que vayamos al relleno de la cuestión: ¿hay o no hay montañas en Cáceres? Para situarnos peninsularmente, el pico más alto de Asturias es Torrecerredo, de 2649 m, que es a su vez, al conformar el límite autonómico, la montaña más alta de Castilla y León. Por su parte en Cantabria sería Torre Blanca, con 2618 m de altitud, mientras que en País Vasco tendríamos el Aitxuri con sus buenos 1551 m. Evidentemente se trata además en todos los casos de regiones eminentemente montañosas, si bien la que ofrece más contrates reales, si dejamos de lado la presencia del mar en las tres que dan al Cantábrico, es sin duda Castilla y León, que en ese sentido –en el de contrate de paisajes, hábitats, usos de la tierra, mapa geológico- se parece mucho más a Extremadura. No tratamos de contraponer ni de comparar territorios, nada más absurdo ni más lejos de nuestra intención, sino de componer un escenario en el que exponer un hecho.
Sierra de Tormantos desde el campo de golf de Talayuela
Pues bien, para responder a la pregunta de si hay montañas en Cáceres, como hemos hecho con los demás partiremos del pico más alto de la provincia, que en este caso es el Calvitero con 2399 m. No está mal. Hay quienes lo ponen en duda porque según se puede interpretar en la cartografía, especialmente en la antigua, el límite provincial con Salamanca, y por lo tanto autonómico con Castilla y León, no pasa exactamente por la cota máxima sino que está desplazado unos metros. A nosotros no nos cabe ninguna duda; no solo hemos estado allí y es obviamente la divisoria entre ambas provincias –como a unos trescientos metros al sureste lo es la portilla de Talamanca entre estas dos y la de Ávila-, sino que consultado el catastro, y aun teniendo en cuenta que su fiabilidad no es absoluta cuando hablamos de metros, la cosa nos queda nítidamente clara. Pero vamos, que si no queremos este nos podemos quedar con la Covacha, que con sus 2395 m se eleva en el mismo rango. Si nos apuran, es incluso mejor referencia pues es aún mayor el contrate en esta zona, ya que desde su cima en el término municipal de Losar de la Vera hasta el río Tiétar en su base, a 250 m de altitud sobre el nivel del mar, hay un salto de 2150 m de altura en apenas 18 km lineales: la mole vertical del macizo de Gredos vista desde los placidos regadíos de la comarca de Campo Arañuelo es apabullante.
Sierra de la Corredera desde el mirador de las Estrellas (Las Hurdes)
A partir de ahí, dejando al oeste la sierra de Tormantos, Riscos Morenos, Canchal de la Mentira, la Cumbre, la Paloma, el Cancho, Cabeza Pelada, el Horco, Peludillo, los Campanarios, Cabeza Berrenda y Batalla, por nombrar algunos y todos por encima de los dos mil metros, componen ese skyline hacia al este, muy cerca del Almanzor que, ya desde Ávila pero prácticamente en el límite provincial, domina con sus 2591 m el Sistema Central. Y hacia el noroeste, limitando la reserva natural de Garganta de los Infiernos la Solanilla, Castilfrío, Mojón Alto o los Sillares; y más allá, desde el valle del Jerte hacia el del Ambroz la Campana, el Turmal, el Torreón, el propio Calvitero y el Pinajarro, siguen superando todos los dos mil. Definitivamente parece que habemus montañas. Y su propia fauna y la flora se empeñan en demostrarlo: fíjense que el narciso asturiano anda por estos lares también. O mamíferos tan singulares como el desmán ibérico del que siguen descubriéndose nuevos núcleos en estos cauces de montaña. O aves como acentores alpinos y comunes, roquero rojo o ruiseñor pechiazul. Abedules, tejos, serbales… y un buen puñado de endemismos gredenses como la lagartija carpetana, pues a pesar de la altitud no dejan de ser montañas de latitud más meridional.
Pico Carbonero
Pero no se vayan todavía, aún hay más. Si continuamos hacia el noroeste llegamos a Las Hurdes, comarca montañosa y abrupta donde las haya, en la que el cerro Rongiero domina las alturas con sus 1622 m. Y más al oeste aún, Sierra de Gata, donde la Bolla con 1517 m (por primera vez debajo de la cota máxima vasca) y el Jálama con 1487 marcan sus elevados límites. Ya mucho más al sur, y al este, en la confluencia de la provincia de Cáceres con la de Badajoz, se levanta el geoparque Villuercas Ibores Jara, donde el pico Villuercas, del que ya hemos hablado y que es el punto más elevado de la región al que se puede acceder por carretera, corta el bacalao de sus cielos con 1601 m, siguiéndole el Cervales con 1441 y el pico Carbonero con 1428. Y aquí la sensación montañesa es brutal, pues los feroces farallones verticales de la cuarcita armoricana se levantan como estalagmitas entre las suaves vegas del Tajo y el Guadiana, al norte y al sur respectivamente.
Puerto de Honduras
Definitivamente hay montañas en Cáceres. La pregunta es entonces: ¿por qué mucha gente no lo sabe? ¿Por qué sigue sorprendiendo esta afirmación en plena era de la información digital? ¿Se trata en definitiva de una provincia abnegada al llano sea como sea? Probablemente sean un sinfín de factores los que expliquen tal circunstancia, en los que cabría analizar histórica, antropológica, geográfica y socialmente la cuestión; o, mejor dicho, la propia Extremadura, pues transciende a lo cacereño esta circunstancia. Está claro que la secesión secular del territorio respecto a los núcleos de riqueza, la lejanía de convivir con una frontera portuguesa hacia la que nadie miraba hasta hace cuatro días -ni nosotros siquiera, desgraciadamente-, la distribución de la tierra, su vasta extensión, las grandes intervenciones del régimen franquista y de las grandes compañías energéticas, el aislamiento de las rutas comerciales al no solo carecer de infraestructuras de comunicación sino incluso al asistir a la desaparición de las pocas que había -como el tejido norte sur del ferrocarril-, la representación arquetípica de lo extremeño, etc., etc., han contribuido a que ocurra algo así. Y puede que también las gentes del norte peninsular tengan una certeza tradicional poco fundamentada de que todo lo al sur es llano y seco; o que todo lo montañoso les es consustancial. Pero tiene que haber más, no todo puede ser echar balones fuera, que es otro de los males que nos aqueja perentoriamente, empezando por nuestros políticos quienes depositan siempre la responsabilidad de todo lo que no mejoramos en Madrid.
Reserva natural Garganta de los Infiernos
¿Acaso tampoco los cacereños somos conscientes del contraste brutal entre las cumbres de casi 2500 metros en el Sistema Central y la penillanura cacereña que apenas alcanza los 400 de media? Es curioso, pero puede que de alguna forma no. No es que los habitantes de la provincia de Cáceres no sepan hoy que existen en ella los valles de Jerte y Ambroz, Las Hurdes, sierra de Gata o La Vera –las Villuercas son ya harina de otro costal-, y en la mayoría de los casos incluso sabrán situarlos en el mapa. Otra cosa es que hayan ido, que los conozcan, y sobre todo se trata más de una sensación de pertenencia o de identidad común. Quizá tenga que ver con la secular separación de diócesis, que responde en sí mismo a la divergencia territorial de la provincia. Lo que a su vez tiene que ver con un inmenso y apasionante periodo histórico que abarca cuando menos desde la cristianización de Roma hasta la relativamente reciente distribución territorial de las comunidades autónomas. Sería muy largo de contar, pero, en definitiva, tengamos en cuenta que en la provincia aún conviven dos diócesis diferentes: la de Coria-Cáceres y la de Plasencia. Y una tercera, la de Toledo, ejerce aún su dominio eclesiástico sobre Guadalupe -la joya espiritual y arquitectónica cacereña- precisamente en las menos conocidas Villuercas.
Y es que como cualquier cacereño nacido fuera de estas comarcas montañosas antes de los años ochenta recordará, visitarlas por aquel entonces era lo más parecido que había a ir al extranjero, o al menos al Pirineo o a la cordillera Cantábrica. Toda una aventura en la que uno no se reconocía en su propia tierra y eso tendría que ver, además de con la distancia y los medios de transporte de la época, con algo cultural. Los tiempos han cambiado, claro está, y la identidad provincial es más palpable. Sin embargo, más allá de la promoción y disfrute de las zonas de baño seguimos sin prestar mucha atención a las montañas en sí. Y más allá de un puñado de senderos más o menos bien señalizados en los mejores casos, y por los pisos bajos de nuestras sierras, como la ruta de Carlos V, no contamos con equipamiento alguno ni tenemos puesta en valor ninguna de nuestras cimas. Y es una pena porque los parajes que esconden son impresionantes: sitios como la plaza de Redondo en el tramo alto de la garganta de la Serrá, en la reserva natural de la Garganta de los Infiernos; la portilla de Jaranda entre esta última y la comarca de La Vera; el imponente descenso desde el Calvitero por la garganta de los Papúos, o el vertiginoso precipicio de la Covacha hacia la garganta de Cuartos, por enumerar algunos, darían para hacer disfrutar mucho a los aficionados a las alturas.
Montes de Tras la Sierra
Hasta la fecha nuestras cimas, en Gredos concretamente, solo se rentabilizan con la práctica de la caza mayor, los recechos a los grandes machos monteses que salen a subasta pública cada año en la reserva regional de caza de la Sierra. Para muchos no es la mejor manera de sacarles partido y probablemente incluso más bien un escollo para hacerlo, por la dificultad de hacer convivir esta actividad, como ocurre en otras muchas comarcas de la provincia, con otras menos agresivas. Pero además de esta zona, las posibilidades de los montes de Tras la Sierra, sobre todo, pero de Las Hurdes o incluso la sierra de Gata también para trazar rutas de montaña son inmensas; por no hablar del geoparque Villuercas Ibores Jara, donde la escalada en los farallones de cuarcita sería además otra gran opción a desarrollar, conciliándola con las aves protegidas que los habitan, claro está.
Quizá sea el momento de empezar a pensar en las montañas de Cáceres como un recurso valioso. O visto lo ocurrido en otros sitios puede que sea mejor que sigan sin existir, quién sabe.
AZUL PIEDRA · VALLE DEL AMBROZ: LA BUENA PARADA
La Vía de la Plata, el barrio judío, las termas romanas, Sotofermoso... y la Bien Parada. No hay mejor sitio para parar, queda claro.
El Valle del Ambroz es un paraíso, una buena parada, cualquiera que lo conozca lo confirmará; los montes de Tras la Sierra y la sierra de Béjar lo envuelven por el sur, el este y el norte mientras que se abre plácidamente hacia el llano por el oeste, ofreciendo unas puestas de sol que desde balcones naturales como Casas del Monte, son sencillamente sobrecogedoras. Digamos que lo tiene todo: bosques oscuros, cumbres nevadas, aguas cristalinas y un puñado de viejas piedras, madera y adobe que nos cuentan una historia tan antigua como sugerente: por ejemplo, y ya que hablamos de Casas del Monte, tanto esta población como su vecina Segura de Toro tienen su origen en asentamientos vetones, pueblos prerromanos de filiación celta que ocuparon buena parte del norte de la provincia de Cáceres, como recuerda aún en su plaza el toro de piedra que da apellido a Segura.
Roma dejó en el valle también su impronta, claro, y una ajetreada vida social a la sombra de la Vía de la Plata que dio forma a Aldeanueva del Camino, localidad que como su propio nombre indica surge aneja a la vieja calzada. Y por supuesto a Baños de Montemayor, en cuyas termas romanas aún se puede quitar uno los sinsabores del día a día. Lo iremos viendo.
Pero la cosa no queda aquí; en la histórica localidad de Abadía -así llamada porque en origen fue una abadía cisterciense, la misma que dio lugar al palacio de Sotofermoso del que después hablamos- también nos encontramos con el convento franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles de la Bien Parada, edificado en su mayor parte en el siglo XVII, que según dicen llegó a albergar nada más y nada menos que una facultad de Teología y Música. El sitio es precioso y el edificio magnífico, y aunque actualmente está en estado de ruina consolidada, su reciente protección como bien de interés cultural invita a ser optimista a propósito de su recuperación; que la Bien Parada nos ampare.
→ Sotofermoso
Pues hablemos entonces de Sotofermoso, que como ya hemos contado fue en origen una abadía cisterciense, aunque para ser más fiel a la historia que se cuenta de Abadía, parece ser que en realidad primero fue una fortaleza templaria. El caso es que en el s. XV, junto a buena parte del Ambroz y Tierras de Granadilla, pasó a manos de la Casa de Alba, abandonando sus funciones religiosas para convertirse en palacio de tales señores, llegando a la postre a ser un centro cultural y artístico de gran relevancia por el que pasaron eruditos italianos y flamencos, personajes nacionales de la talla de Lope de Vega y Garcilaso de la Vega o monarcas como Fernando el Católico, quien por lo visto aquí decidió su sucesión poco antes de morir en Madrigalejo camino de Guadalupe.
El patio mudéjar del edificio, perimetrado de arcos de herradura túmida sustentados sobre pilares labrados con decoración escultórica y con una galería superior de arcos escarzanos con los escudos de la Casa de Alba en sus esquinas, es sencillamente fantástico. Pero quizá el elemento diferenciador del conjunto sea el jardín renacentista; un crisol de construcciones, esculturas, pinturas y estucos, con diferentes especies de plantas y árboles, ingenios de agua, cenadores y fuentes, concebido a mayor gloria del gran Duque de Alba. Su aire decadente y nostálgico no deja indiferente, pues a pesar de estar protegido como Bien de Interés Cultural -igual que el palacio, aunque en este caso con la figura de jardín histórico- por desgracia se encuentra muy deteriorado y solo quedan vestigios de lo que debió ser. Sea como fuere, hay que tener en cuenta que el conjunto solo puede visitarse los lunes, excepto festivos, de diez a once y cuarto de la mañana.
→ Barrio Judío de Hervás
Fue declarado en 1969 Bien de Interés Cultural con categoría de Conjunto Histórico, y está integrado a su vez en la Red de Juderías de España Caminos de Sefarad; un sugerente conjunto de calles y plazas de trazado abigarrado herencia de la comunidad judía establecida en Hervás, principalmente entre los siglos XIV y XV, hasta que se produce su expulsión debida al Edicto de Granada promulgado por los Reyes Católicos. El barrio ocupa la ladera noreste de la colina que desciende desde la iglesia de Santa María de Aguas Vivas, que preside desde lo alto la localidad, y llega hasta la orilla del río Ambroz. Conserva numerosos elementos tradicionales de la arquitectura típica serrana, en la que el castaño asoma en vanos y balcones, entramado con adobe y dando forma también a portales. Otra característica que llama mucho la atención de quienes lo recorren es el uso, poco habitual por otros lares, de la teja árabe en vertical como aislante para las paredes de las casas de las abundantes lluvias de la zona.
Además de sus innegables atractivos patrimoniales, Hervás tiene una intensa vida cultural y una propuesta gastronómica de lo más interesante, lo que ha convertido a la localidad en uno de los destinos turísticos más visitados de la provincia. Pasear por sus calles hasta la hora de comer y despacharse después una carne asada acompañada de las excelentes setas de la zona, no tiene cotejo.
→ Baños a la romana
Que los romanos eran gente lista no nos cabe duda y que a su visión cosmopolita y civilizadora debemos en buena parte los avances de la humanidad, tampoco. Entre otras muchas cosas ellos inventaron el caldarium, una sala de termas donde se tomaba el baño caliente que a la postre los árabes copiarían de Bizancio, el Imperio Romano de Oriente, construyendo en sus medinas baños públicos, o hammam, similares aunque algo más modestos. También estaba el frigidarium, donde se tomaba el baño frío, y el tepidarium donde se hacía lo propio con agua templada, alternando siempre esta última entre la fría y la caliente para no notar mucho el shock.
Pues bien, en Baños de Montemayor, la antigua Aqua Caprense, permanecen estas estructuras, y lo mejor de todo es que están en perfecto estado de uso y abiertas al público; exvotos, aras dedicadas a ninfas acuáticas y abundante epigrafía latina, nos dicen que estas fuentes termales eran utilizadas ya en el siglo II a.C. por militares, funcionarios y población hispano romana que encontraban alivio y bienestar en estas aguas sulfurosas que emanaban formando una laguna. Su temperatura de surgencia es de 43º C y están indicadas principalmente para procesos reumatológicos, artrosis, artritis o afecciones del aparato respiratorio, siendo además tonificantes y embellecedoras de la piel. El agua proviene de dos manantiales próximos entre sí llamados Columna y Arqueta. Todo muy sugerente.
AZUL PIEDRA · VALLE DEL AMBROZEL PALRAL SERRAILLANU - Por Néstor del Barco
A los pies de la sierra de Santa Catalina, clavada en pizarroso lecho, duerme su ancestral sueño de encinas y olivos. Un sol perezoso la despierta cada mañana adornándola de azules, verdes y blancos. Por el mar de la dehesa, que lame el Tajo, viaja la brisa preñada de jara y trinos besando sus calles.
Serradilla (Cáceres), enclavada en la reserva de la biosfera y en el parque nacional de Monfragüe. Una isla blanca, en el verde océano de la dehesa, extiende sus encinares centenarios hasta el horizonte. Sus 1.700 moradores disfrutan el privilegio de un entorno superlativo, de unas condiciones medioambientales únicas. Esta población esconde cuatro grandes tesoros: la iglesia de la Asunción, el santuario del Santísimo Cristo de la Victoria, la primavera, un regalo que cada mes de marzo anida en sus campos sembrándolos de vida, colores y olores, y su habla, esa singularidad que la distingue en el entorno.
Con el ánimo de preservar este valioso patrimonio intangible, un grupo de vecinos promovió el día del Palral Serraillanu. Esta iniciativa pronto recibió adhesiones y colaboración, en el convencimiento de que tal propiedad debía conservarse, como las especies protegidas en peligro de extinción. El habla serraillana recibe influencias del asturleonés, pero se alimenta de fuentes heterogéneas, diferenciándola claramente y dotándola de matices solo aquí conocidos.
Museo etnográfico (Serradilla)
Los vecinos rescatan de los baúles los viejos blusones, sayas y negros sombreros, una manifestación estética que nos retrotrae en el tiempo, que ahonda en las raíces, en los solitarios dominios de la emoción. Pero a la vez un signo de modernidad, si por ello entendemos la conservación de todo lo que nos distingue y enriquece. Se antoja ineludible su conservación para que no languidezca en los rincones de la memoria, en los yermos campos del olvido.
El día que descubrí la condición insular de Serradilla, porque se puede ser isla sin estar rodeado de agua como es el caso, tuve la completa certeza de haber encontrado la razón por la cual el tesoro escondido en este paraje, llegó a nuestros días inmaculado. Una suerte de magia acompaña desde tiempo inmemorial a los serraillanus.
Vecinos ataviados con atuendos tradicionales (Serradilla)
Allá por el siglo XII, el rey leonés Alfonso IX, añade a sus muchas preocupaciones la de repoblar la desguarnecida frontera sur de su reino, que marcaba el río Tajo, con gentes de la montaña asturleonesa, que, además de defender ese flanco vulnerable, desparramaron por estas tierras su particular manera de hablar. Y en este rincón privilegiado de Extremadura esa magia surcó los siglos hasta nuestros días convirtiéndose en un verdadero tesoro. Un tesoro intangible, una singularidad propiciada por ese carácter de isla de la villa. La sierra de Santa Catalina al norte y el río Tajo al sur, oficiaron de escollos naturales, una frontera impermeable a influencias externas, que conservó hasta nuestros días usos y costumbres, maneras de hacer, que a su vez, preservaban el entorno, por su racionalidad y el respeto a esa tierra que proporcionaba el sustento a sus habitantes. Antes de que se inventase la expresión “desarrollo sostenible”, los serraillanus llevaban practicándolo varios siglos, y sin saberlo, estaban contribuyendo a dar forma a uno de los espacios naturales más puros de Europa, y, a la vez, custodiando y siendo depositarios de una singular forma de hablar, que sin duda alguna es uno de los atributos más interesantes del pueblo, y un activo cultural para toda la comunidad, del que nos debemos sentir muy orgullosos.
Caminar por las calles de Serradilla y departir con sus vecinos, de natural abiertos siempre a la chalra, es un sano ejercicio de acercamiento a nuestras raíces, un reconfortante reencuentro con las bellas expresiones lugareñas que tantas veces oímos a nuestros abuelos. Evocadora y agradable sensación, que en la mayoría de los pueblos de la provincia cacereña, han ido perdiendo su esencia, pero aquí, afortunadamente, ha encontrado el ancla y acomodo necesarios para trasladar a las venideras generaciones todo el esplendor de unas palabras, que anidan en el corazón de nuestra tierra y nuestras gentes y han ido dando nombre a todas las cosas de una forma graciosa y particular, con una especial musicalidad que aún las hace más hermosas.
Alojado en el imaginario colectivo, ha llegado hasta nuestros días, cierto complejo de malhablados. Esa percepción equívoca, ha tornado en una toma de conciencia, puesta en valor, y consideración de bien cultural de primera magnitud. En los últimos años, para regocijo de los que la defendemos a capa y espada, se ha convertido en un verdadero orgullo, en una seña de identidad digna de ser defendida y conservada.
“En los últimos tiempos el habla serraillana ha sido objeto de una especial atención por parte del pueblo, y se han llevado a cabo múltiples proyectos tendentes a dinamizarla y darle visibilidad en el exterior, conscientes del potencial de tal singularidad y gracias en gran medida al buen hacer de la Asociación el Duendi”
En los últimos tiempos el habla serraillana ha sido objeto de una especial atención por parte del pueblo, y se han llevado a cabo múltiples proyectos tendentes a dinamizarla y darle visibilidad en el exterior, conscientes del potencial de tal singularidad y gracias en gran medida al buen hacer de la Asociación el Duendi. Un primer paso, muy importante, fue institucionalizar un día para rendir tributo al palral. De este modo cada año se celebra una fiesta para ensalzarla. Los vecinos se visten con atuendos tradicionales, congregándose en la plaza del pueblo para hacer un pasacalles, abundan las conversaciones en serraillanu, no faltan las charangas y el baile. Se termina la fiesta en la plaza de San Antonio con el tradicional cucharru, la merendera de corcha, conteniendo la viandas que tradicionalmente se llevaban a las labores del campo, “un peazu e quesu, unus torresnus, un poquinu choridu y algu e pan”, son compartidos en armonía por los participantes, mientras en el aire, flotan hermosos diálogos en la lengua vernácula, dándole cumplido homenaje y realce. No faltan los debates con ilustres invitados en la casa de cultura, que animan a proseguir con la labor de conservación y aportan propuestas para llevarla a cabo. De una de estas surgió una acción que se viene desarrollando, y que consiste en fijar palabras serraillanas en las fachadas de las casas, con una tipografía clásica, y fabricadas en hierro. Pueden disfrutarse paseando por las calles de la localidad, conformando una interesante ruta turística. Cada vecino elige la suya, que resalta sobre el blanco encalado de las paredes y perpetúa esa evocación. Así nos topamos con expresiones como odena, pairera, singilisonis, andacapairi, ajilal… términos que no dejan indiferente al visitante, e invitan a interrogar sobre su significado. Del mismo modo que las casas visten orgullosas con letras metálicas, los comercios y tiendas de la localidad, ofertan sus productos con textos serraillanus, y las inscripciones en los monumentos e hitos, siguen el mismo criterio. En el museo de Serradilla, podemos encontrar una sala dedicada al habla. Con todo ello, se da cumplida cuenta de la importancia que el sostenimiento y preservación del palral, tiene como baluarte cultural y propuesta de atracción turística.
Serradilla es pueblo inquieto, lo ha sido a lo largo de su historia. Cuna de ilustres personajes, como Agustín Sánchez, que desde este pequeño rincón de la geografía extremeña, difundió el “método Rayas”, instrumento pedagógico, que tuvo su reconocimiento Real y sirvió de vehículo alfabetizador en todo el país y en gran parte de Sudamérica, llegando a editar más de sesenta millones de ejemplares. Algún día se le dará el cumplido reconocimiento que merece. Esa inquietud nace de un entorno mágico y propicio para la ensoñación, campo abonado a la imaginación, que ha llevado a escritores y poetas, a contar sus peripecias, a narrar las pequeñas y grandes historias del lugar, y lo han hecho en serraillanu. Ejemplo de esto es El Migajón, revista mensual, con más de veinticinco años de recorrido, crónica oficial, abierta a la participación de los vecinos, dónde son frecuentes los artículos en la lengua local.
Este tesoro cultural ha sido objeto de atención audiovisual, y desde dentro del propio pueblo, se han acometido varios proyectos que han llevado a la pantalla trabajos documentales como Alma de encina o Palabras de cristal, cuyo objetivo no era otro que mostrar la fragilidad de un habla en franco proceso de deterioro, y de paso, dar a conocer más allá de las fronteras del pueblo, la belleza de este activo. Pero con todo, es el largometraje, Territoriu de Bandolerus, la piedra angular que puso en el mapa a Serradilla, como depositaria de un habla digna de ser conocida y cuidada. Una película con la implicación total de la localidad, realizada en base a un espíritu solidario, que manifestaba la voluntad de contar una historia propia y hacerlo sin complejos en su lengua vernácula. El serraillanu se paseó con Territoriu por todo el país, recibió premios y reconocimientos, y lo más importante, fue considerada herramienta pedagógica. A partir de aquí, son incontables las veces que los medios de comunicación se hacen eco y sitúan a Serradilla como referente. Esa voluntad de conservación, ese apego a su cultura, hacen que un pueblo, utilice todos los medios a su alcance para llevarla a cabo, cualquier fórmula es buena y válida para conseguir el fin, y este es un ejemplo a seguir.
Ante el continuo proceso de colonización lingüística que sufre el castellano, algunos lo llaman evolución, observamos la desaparición de bellas palabras que son fagocitadas por términos imperantes en un mundo global. Se tiende a homogeneizar la comunicación en beneficio del inglés, y que relega al olvido nuestro rico patrimonio verbal y escrito. Por todo esto es un balsámico ejercicio, un manjar para el oído, degustar un habla no contaminada, inalterable desde tiempo inmemorial, que forma parte consustancial de la población que la contiene, seña de identidad y esencia de su cultura, y objeto de protección y custodia para legar a nuestros descendientes y generaciones venideras como un verdadero tesoro.
“Territoriu de Bandolerus, la piedra angular que puso en el mapa a Serradilla, como depositaria de un habla digna de ser conocida y cuidada”
Así lo han entendido en Serradilla, por fortuna, y gracias a ello, el habla sobrevive, para beneficio de todos. Esta riqueza, seguirá siendo protagonista en las calles, en las conversaciones de los bares, en las reuniones familiares, y seguirá luciendo con orgullo en las fachadas de nuestras casas. Pero al igual que el castellano, el palral es sensible a ese virus, a esa corriente globalizadora que contamina desde todos los ángulos nuestras lenguas. La amenaza viene desde nosotros mismos, somos permeables a los anglicismos y otras expresiones, caemos con facilidad en la trampa de considerar más chic, decir Check-out, que salida, lunch, que aperitivo, y el filtro que debería preservar la integridad dialéctica que son los medios de comunicación son en muchos casos propagadores de malas prácticas; no predican con el ejemplo siendo el propio ejemplo de lo que no se debe predicar. De modo que el futuro del habla no está garantizado, y nuestras señas de identidad, amenazadas.
Atardecer de árboles perfilados en lienzo naranja, una dulce brisa juega entre las encinas cargada de fragancias y sonidos, un profundo latir de siglos vive en las entrañas del pueblo. El narcótico compás de la noche sume a Serradilla en los blancos parajes del sueño, en el descenso espiral del descanso. En el aire oscuro vuelan hermosas palabras de esperanza.
Aún flotáis en penumbras intentando engañar al olvido. Viajasteis a través de los siglos pasando de boca en boca, destellaban en los aires dulzones del tiempo vuestras poéticas formas, danzarines brillos manando a raudales en un abecedario herido de enigmas, vestimos vuestras letras arraigadas en el hondo corazón de las gentes, paladeamos una por una, y hasta mil vedis, la miel de las palabras, “jechas de jierru”. El óxido de los años, pintó de jerrumbri vuestras entrañas, y ahora flotáis en penumbras acunadas por recuerdos, intentando sobrevivir a unos tiempos anestesiados de olvido, y a la tempestad que amenaza con quebrar el frágil corazón de nuestras hablas, el delicado latido de estas palabras de cristal.
Comu el agua, corri libri
el lenguahi de mi tierra,
y moh embruha al oilli
polque con su acentu lleba
algu que moh llega al alma;
algu que a mússica suena
y atontedi loh sentíuh
con la gracia de su herga.
|LS|...|RS|
Essi serraillanu puru,
el que m'enseñó mi agüela
cuandu era niñu, y le quieru...
igual que la quissi a ella.
Fragmento del poema “La ilusión de un serradillano”, de Gonzalo Alonso Sánchez.
AZUL PIEDRA · VALLE DEL ALAGÓN: DE MURALLAS Y PUERTAS
El río Alagón riega las fértiles vegas vigiladas por las viejas fortificaciones de Galisteo, Coria y Marmionda. Abrimos sus puertas.
El río Alagón nace en las inmediaciones del pico Ladrón, en Salamanca, y a medida que se acerca a la provincia de Cáceres y recoge las aguas de las Batuecas y Peña de Francia, va aumentando de caudal hasta cambiar de comunidad autónoma, cuando las de los ríos Ladrillar, Hurdano y los Ángeles le ofrecen el aporte definitivo que a la postre originó la idea de embalsarlo aguas abajo. A partir de la presa de Valdeobispo el río recupera más o menos su cauce, que se ve de nuevo impulsado por las aguas del poderoso Jerte, conformando una de las vegas de regadío más fértiles de Extremadura, que se extiende hasta más allá de la ciudad de Coria abriéndose paso después entra las dehesas y los feroces canchos de Ramiro, para ir a morir finalmente al padre Tajo; es lo que conocemos como Valle del Alagón.
Es precisamente esta Coria su capital administrativa, la vieja Caura de los vetones, aquellos pueblos de filiación celta de quienes se dice que la tenían ya por capital antes de la romanización. Después de esta, los romanos formaron una unidad del ejército imperial con estos vetones, el Ala Hispanorum Vettonum, que han dejado testimonios arqueológicos y epigráficos que demuestran su presencia en la conquista de las islas británicas: concretamente en una tumba en el actual museo de la ciudad inglesa de Bath, una inscripción alude a un hispano allí enterrado de la tribu de Caurium, el nombre con el que Roma identificaba a Coria. Eran bravos estos vetones.
Coria goza de un imponente patrimonio, pues además de su relevante pasado romano es sede episcopal desde las dinastías visigodas; salvando el periodo musulmán, claro. Aparte de su declaración como conjunto histórico, la catedral de la Asunción, la ermita de la Virgen de Argeme, el castillo y el propio recinto amurallado son bienes de interés cultural; este último de origen romano y añadidos árabes y medievales, se conserva en su práctica totalidad y tiene cuatro puertas, dos de ellas aún romanas. Y es solo una muestra de lo mucho que se puede ver en esta bella ciudad.
→ Marmionda
El castillo de Portezuelo, o de Marmionda, es una fortaleza cuyo origen sea probablemente almohade, en torno al s. XII, construida sobre un crestón cuarcítico de las estribaciones orientales de la sierra del Arco que domina la portilla excavada por el arroyo del Castillo, llamado así por razones obvias; en cuanto al nombre del propio castillo, se dice que se debe a una doncella mora, hija del señor de la fortaleza, sobre la que se narra la clásica leyenda de amoríos con un capitán cristiano, de esas que nunca acaban bien. En este caso, la bella Marmionda cree ver morir a su amado en una escaramuza a los pies del castillo con las tropas de su padre y enajenada se lanza desde la torre hacia una muerte cierta, pero el caballero cristiano solo estaba inconsciente y cuando al despertar ve a su amada muerta, se atraviesa con su propia espada. En fin, el amor es un ciclón.
En cualquier caso, aunque el castillo está en estado de ruina consolidada sigue siendo imponente y las vistas de los afloramientos de cuarcita armoricana de las sierras del Arco y de Pedroso, así como de las dehesas del entorno, son magníficas, justificando por sí mismas la subida.
→ Cantos rodados en Galisteo
Existen numerosas especulaciones sobre el origen de Galisteo, algunas la relacionan con una mansión de la Vía de la Plata, cuya antigua calzada pasa a sus pies, y hay quienes incluso sitúan aquí la fortaleza de Medina Ghaliayah, aquella en la que, camino del reino de León, Almanzor descansara allá por el siglo X. Lo cierto es que la peculiar técnica de construcción de esta muralla, con cantos rodados del cercano río, parece presentar trazas almohades, pero lo que sí podemos asegurar es que el primer documento escrito en el que parece Galisteo está fechado en 1217, durante el reinado de Alfonso IX de León, el monarca que tomó muchas de las plazas más importantes de Cáceres en el periodo que se ha quedado en llamar, con dudoso acierto, Reconquista. El caso es que este Alfonso contó con la ayuda de las órdenes militares para impulsar la repoblación, por lo que este territorio -incluido en los de Alcántara, que también había tomado- fue cedido a la Orden de Calatrava en 1214. No obstante, la lejanía de los calatravos de su sede en Ciudad Real hizo que finalmente pasaran al cuidado de la Orden de San Julián del Pereiro, que acabaría tomando el nombre de Orden de Alcántara.
Sea como fuera el recinto amurallado y la localidad están declarados conjunto histórico y merecen mucho una visita, en la que hay que prestar especial atención al ábside mudéjar de la iglesia parroquial de la Asunción, formado por dos cuerpos superpuestos de arcos de ladrillo ciegos.
→ Una puerta para San Andrés
La iglesia de San Andrés Apóstol de Torrejoncillo, un edificio exento declarado bien de interés cultural con categoría de monumento en 2014, es el epicentro de la celebración de la famosa fiesta de la Encamisá; a las diez de la noche del siete de diciembre, víspera de la Inmaculada Concepción, sus puertas se abren y de ella sale un estandarte celeste con la imagen de la Virgen bordada, que tras recorrer unos pocos metros es entregado al mayordomo de la fiesta que monta un caballo engalanado para la ocasión. A partir de ese momento tiros, vítores, gritos, olor a pólvora y humo, mucho humo.
Pues el caso es que desde hace pocos años esta iglesia luce una imagen inédita, algo poco habitual ciertamente, ya que tiene una flamante puerta principal nueva: la anterior, muy deteriorada, ha sido sustituida por otra donada por un vecino de la localidad de nombre Carlos Serradilla. Lo curioso es que ha sido él mismo el que la ha fabricado, en lo que ha invertido 3000 horas de trabajo, y para lo que ha utilizado el control numérico por computadora, una herramienta que él mismo ha diseñado y con la que iba dando las órdenes de tallado a través del ordenador. La puerta mide 4,60 m de altura por 3 m de ancho, y pesa 1000 kilos, y además de su decoración cuenta con algo que la hace realmente única: el mirador de la Virgen. En efecto, aunque las puertas permanezcan cerradas, a través de este mirador se puede disfrutar de la imagen de la Virgen de la Inmaculada, con la peculiaridad de que es lo único que se ve del templo, ya que a través de un rayo láser se ha fijado un punto en la puerta y en la imagen con una precisión increíble. Unas puertas muy originales.
LA HERENCIA DE LA TRASHUMANCIA - Por Jesús Garzón Heydt
A finales de los años sesenta del siglo pasado comencé yo a recorrer las sierras, dehesas y riberos de la actual reserva de la biosfera de Monfragüe, estudiando las principales especies amenazadas que habían encontrado un refugio excepcional en estos parajes bravíos. Eran tiempos de gran actividad agrícola y ganadera en el entorno de todos los pueblos y cortijos, con muy pocos vehículos de motor circulando todavía por aquellas carreteras sin asfaltar aún, los paisanos dirigiéndose a sus labores en caballerías, labrando y trillando con las yuntas, segando con hoz en mano y las mujeres bordando a la puerta de sus casas en los ratos libres. En muchos cerros había aun pequeños poblados de chozos, con familias de cabreros que con el tiempo fueron mis mejores informantes sobre la fauna local.
Cuando principiaba el verano era habitual asistir al paso de grandes rebaños de ovejas merinas, de manadas de vacas negras avileñas o de pastorías de cabras veratas por las cañadas. Un concierto melodioso de cencerros y campanillos, de silbidos y voces de ánimo de los pastores y vaqueros anunciaba la proximidad de las ganaderías, seguidas por los burros o las yeguas de carga con sus serones y alforjas cubiertas con mantas multicolores. Los que atravesaban Torrejón el Rubio se dirigían hacia el norte por el arroyo Do la Ví y la sierra de las Corchuelas para cruzar el río Tajo por el puente del Cardenal. Pernoctaban generalmente en el descansadero de Lugar Nuevo, junto a la aldea de Villarreal de San Carlos, habitada por la señora Marijuana, ventera que atendía a los pastores con algún guiso de patatas, el guarda señor Inocencio con su familia y el tío Diego, que invitaba a peces fritos o escabechados en ocasiones señaladas.
Tras cruzar el puerto de la Serrana, los rebaños de ovejas embarcaban en el ferrocarril de Palazuelo Empalme con destino a las montañas de Zamora, León o Soria pero las vacas y las cabras continuaban andando hacia el valle del Jerte o las cumbres del Barco de Ávila y de la sierra de Gredos. Otras ganaderías se dirigían hacia el este, procedentes de las dehesas de Cáceres y Trujillo. Sesteaban junto al río Almonte, en las proximidades de Jaraicejo, remontando luego el puerto de Miravete para cruzar el Tajo en espectaculares hileras por el puente de Almaraz y continuar por Saucedilla y Navalmoral hacia el puerto del Pico, en la abulense sierra de Gredos.
“A finales de los años sesenta del siglo pasado (...) era habitual asistir al paso de grandes rebaños de ovejas merinas, de manadas de vacas negras avileñas o de pastorías de cabras veratas por las cañadas”
Aunque en aquellas fechas de principios del verano yo andaba siempre muy atareado controlando el mayor número posible de nidos para anillar sus pollos antes de que fueran volanderos, no podía dejar de admirar el trabajo de los pastores trashumantes. Antes del alba les encontraba ya en marcha para evitar los calores del mediodía, organizados perfectamente en cuadrillas para controlar en todo momento sus ganados sin aparente esfuerzo, aun cuando en ocasiones debían atravesar grandes espesuras de jarales, escobas o madroñeras que ocultaban totalmente a hombres y animales. Por todo ello, cuando a partir de 1984 asumí responsabilidades en la gestión del Medio Ambiente de Extremadura, una de mis prioridades fue encargar a un equipo especializado la redacción de un informe sobre la situación de las vías pecuarias en los siete términos municipales del parque de Monfragüe, para su mejora y señalización. En el descansadero de Villarreal de San Carlos se restauraron los antiguos chozos para facilitar refugio a los pastores, creando servicios sanitarios, duchas y lavaderos para su aseo, y se diseñaron carteles para las carreteras de la comarca advirtiendo a los conductores de vehículos de la prioridad de paso de los ganados.
Sin embargo, uno de los problemas ambientales más acuciantes de Extremadura era la falta de regeneración de sus magníficas dehesas de encinas, sin explicación aparente. ¿Qué maldición había caído sobre nuestros campos para que la mayoría de las encinas tuvieran más de un siglo de edad? Pasé tiempo dándole vueltas a este asunto hasta encontrar una explicación lógica: hacia casi cien años, en 1896, que se habían inaugurado los últimos tramos del ferrocarril Mérida-Astorga, con ramales desde Malpartida de Plasencia hacia Madrid y Cuenca, o desde Salamanca hacia Burgos y Soria. Con ello habían quedado comunicadas por tren las principales comarcas de invernada de los rebaños trashumantes de Extremadura con las zonas de veraneo en las montañas de Castilla y León, La Rioja, Cuenca o Teruel.
El cómodo transporte de los ganados en tren, de poco más de un día de duración entre extremos, sustituyó rápidamente los largos viajes de varias semanas caminando por las cañadas. Pero como a los pastos de montaña no se puede acceder hasta mediados de junio, cuando la hierba se ha desarrollado suficientemente tras el prolongado periodo invernal de las cumbres, los ganados trashumantes tuvieron que retrasar su salida más de un mes. Y la permanencia del ganado en las dehesas durante mayo y junio, cuando ya se han secado los pastos y el único alimento verde disponible son los renuevos de las encinas, era la explicación a la falta de regeneración del arbolado durante el último siglo.
Ante esta evidencia, decidimos recuperar la trashumancia andando por las cañadas, prácticamente abandonadas durante las últimas décadas. Fundamos para ello en 1992 la Asociación Concejo de la Mesta, en memoria del batallador gremio de pastores creado en 1273 por el rey Alfonso X el Sabio, y en 1993 iniciamos ya nuestro primer recorrido trashumante, desde Alcántara hasta las montañas de Sanabria, en los límites de Zamora con Orense y Portugal. A través del Fondo Patrimonio Natural Europeo logramos la concesión del primer proyecto LIFE de la Comisión Europea y el ganadero D. Cesáreo Rey colaboró decisivamente poniéndose al frente de su mejor rebaño de 2600 ovejas merinas.
“Fundamos en 1992 la Asociación Concejo de la Mesta, en memoria del batallador gremio de pastores creado en 1273 por el rey Alfonso X el Sabio”
En contra de la opinión de los especialistas, que consideraban ya imposible trashumar a larga distancia con grandes rebaños, recorrimos unos 1000 kilómetros por las cañadas Burgalesa, de la Plata y Leonesa Occidental sin mayores problemas y entre el entusiasmo de la población local, especialmente de las personas mayores que asistían al paso del rebaño con lágrimas en los ojos. El regreso aquel otoño atravesando capitales como Zamora y Salamanca, y el parque de Monfragüe, acompañados todo el tiempo por un equipo del programa Línea 900 de Televisión Española, fue fundamental para promocionar la trashumancia en toda España y darle un impulso definitivo a la tramitación de la Ley de Vías Pecuarias, aprobada definitivamente por la Cortes Generales el 23 de marzo de 1995. En el marco de aquel proyecto LIFE creamos el Centro de la Dehesa en Torrejón el Rubio y se adquirió la finca del Baldío en Talaván, una referencia fundamental para la educación ambiental y las labores de investigación y la conservación de razas autóctonas en toda la comarca.
Desde entonces hemos recorrido más de 98 000 kilómetros de cañadas, cordeles y veredas colaborando con más de cincuenta familias ganaderas, pastoreando con 360 000 vacas, ovejas, cabras y caballerías casi 500 000 hectáreas de vías pecuarias. En la primavera de 2004 un equipo de la Universidad Autónoma de Madrid formado por D. Juan Malo y D. Pablo Manzano acompañó a uno de nuestros rebaños desde Malpartida de Plasencia hasta Brañosera, en las montañas de Palencia. Pudieron comprobar así que cada 1000 ovejas dispersan y trasladan diariamente unos 5 millones de semillas y 3 toneladas de abono a lo largo de las cañadas. Esto demostró científicamente por primera vez en el mundo la enorme importancia ecológica de la trashumancia para garantizar la conectividad entre los espacios naturales protegidos, como en este caso los parques nacionales de Monfragüe y Picos de Europa, así como para la conservación de tantas especies amenazadas por el cambio climático, la lucha contra la erosión y los incendios forestales.
La reserva de la biosfera de Monfragüe ha continuado siendo durante todo este cuarto de siglo el centro principal de actividades de nuestro proyecto trashumante, manteniendo la relación con los ganaderos y pastores que tanto contribuyeron en sus orígenes al desarrollo de este proyecto. Todavía en noviembre de 2017 hemos recorrido con un rebaño de 1700 ovejas merinas y cabras retintas el cordel desde Navalmoral de la Mata hasta Plasencia, pasando por Casatejada, Serrejón, Toril y Malpartida, camino de Zarza de Granadilla. La Junta de Extremadura ha sido pionera durante estos años a nivel nacional en el deslinde y amojonamiento de las vías pecuarias, en la creación de refugios para los pastores y abrevaderos para el ganado, así como con la promulgación del Decreto 206/2016, pionero a nivel nacional para subvencionar a los ganaderos que recuperen la trashumancia andando por las cañadas. La reciente declaración en abril 2017 por el Consejo de Ministros de la trashumancia como Patrimonio Cultural Inmaterial es también una aportación muy positiva en este sentido.
“La reserva de la biosfera de Monfragüe ha continuado siendo durante todo este cuarto de siglo el centro principal de actividades de nuestro proyecto trashumante”
La Ley 3/95 de Vías Pecuarias establece que éstas podrán ser destinadas a usos compatibles y complementarios del tránsito ganadero, inspirándose en el desarrollo sostenible y el respeto al medio ambiente, al paisaje y al patrimonio natural y cultural. En su artículo 17.1 considera usos complementarios el paseo, la práctica del senderismo, la cabalgada y otras formas de desplazamiento deportivo sobre vehículos no motorizados, siempre que respeten la prioridad del tránsito ganadero. Extremadura tiene en este sentido una gran oportunidad para fomentar un turismo educativo y cultural de alta calidad aprovechando su extraordinaria red de vías pecuarias, con más de 7500 kilómetros de longitud y 18 000 hectáreas de superficie, que atraviesan algunos de los parajes más valiosos de la región.
Pero mientras que la red de vías pecuarias ha sido mejorada sustancialmente durante estas últimas décadas, no ha ocurrido lo mismo con la red de establecimientos hoteleros de la reserva de la biosfera de Monfragüe. Magníficos edificios con modernas instalaciones han quedado ahora abandonados, como en la Playa de Extremadura junto al río Tajo, en la Bazagona junto al rio Tiétar, en las Casas de Miravete, en el cruce de Deleitosa, en Jaraicejo y tantos otros, al haber quedado marginados del tráfico de vehículos, desviados ahora por las modernas autopistas. Una prioridad inmediata para los próximos años debe ser por tanto evitar la ruina de este patrimonio construido antes de que sea demasiado tarde, innovando en un turismo internacional que compagine la educación ambiental, el disfrute de la naturaleza y los recorridos por nuestra excepcional red de vías pecuarias con la generación de empleos de calidad en los pueblos, cortijos y establecimientos de la reserva de la biosfera de Monfragüe.
“Extremadura tiene una gran oportunidad para fomentar un turismo educativo y cultural de alta calidad aprovechando su extraordinaria red de vías pecuarias, que atraviesan algunos de los parajes más valiosos de la región”
AZUL PIEDRA · TRASIERRA TIERRAS DE GRANADILLA: IN MEDIA RES
Empezar la narración por el medio y no por el principio… Pues si algo en esta comarca va por el medio es la Vía de la Plata.
In medias res, pues. Empecemos por el medio entonces… La Vía de la Plata es mucho más que un camino, pero no es el inicio de la narración ciertamente. Este camino, o ruta si se prefiere, viene de mucho más allá y nace de lo profundo de la tierra, de lo oculto; como poco habría que hablar de Tartesia -o Tartessos, como gustan llamarla ahora algunos eruditos- y de su afición a los metales y a su comercio entre el Bronce final y la primera Edad del Hierro. Aquella vieja civilización que los griegos tomaron por la primera occidental, de la que se ha creído siempre que tenía como eje el río Guadalquivir, aunque nuevos descubrimientos van abriendo camino, nunca mejor dicho, incluyendo al Guadiana como segunda rueda de este viejo carro. El caso es que Roma no descubrió la pólvora, como en la mayoría de los lugares que conquistó, limitándose a asentar la antigua ruta a base de campamentos militares y piedras en el camino, o sobre el camino de hecho, lo que a decir verdad tampoco fue poca cosa. Y es que esto es determinante -la piedra-, pues el nombre árabe balat, que en alguna de sus acepciones se refiere a camino empedrado derivando incluso en topónimos como balata, fue probablemente a la postre el determinante de su nombre actual por una derivación fonética y no porque la vía tuviera que ver con la plata en sí.
→ Cáparra
Sea como fuere, la Vía de la Plata articuló el oeste peninsular durante siglos –de hecho sigue haciéndolo- a pesar incluso de las dificultades que durante la Edad Media supuso la fragmentación entre norte y sur provocada por los distintos reinos cristianos y musulmanes. Pero antes de este turbulento periodo tuvo un gran esplendor en torno al siglo I de nuestra era y la ciudad amurallada de Cáparra era una de sus encrucijadas: de planteamiento ortogonal, estaba cruzada por dos vías principales perpendiculares entre sí, el cardo y el decumano, coincidiendo esta última con el trazado de la propia calzada de la Vía de la Plata a su paso por el mismo medio de la ciudad. Ambas arterias convergían probablemente en el tetrapylum, el gran arco cuadrifronte de trece metros de altura, único de estas características en la península que se conserva en pie, que es el símbolo reconocido de este yacimiento y de la propia comarca.
→ La península de Granadilla
Y en el medio también quedó Granadilla, y no bajo las aguas del embalse de Gabriel Galán como se preveía, convirtiéndose definitivamente en península en 1965. Pero vayamos por partes: los 1124 habitantes que Granadilla tenía en 1959 fueron forzosamente desalojados, al ser sus tierras poco a poco inundadas por las aguas del recién creado embalse de Gabriel y Galán, reduciéndose en 1960 a más de la mitad de vecinos y produciéndose el último y definitivo destierro en 1965. Y no sólo se vieron afectadas las tierras de Granadilla sino también parte de los términos municipales de Sotoserrano, La Pesga, Mohedas de Granadilla, Guijo de Granadilla, Caminomorisco y Zarza de Granadilla. Hay que decir que la Administración de la época no estuvo a la altura de las circunstancias; con tasaciones en la tercera parte del valor real de algunos de los bienes expropiados, lenta y escasa en el pago de las indemnizaciones, con los vecinos pagando rentas a Confederación Hidrográfica del Tajo por seguir cultivando sus propias tierras sin que aún se les hubiera pagado por ellas, aquellas que no habían quedado inundadas aún, claro. Y por si fuera poco el ganado tampoco podía pastar, pues se procedió a una intensa repoblación de las zonas expropiadas sin inundar con especies alóctonas como pinos y eucaliptos, para lo que se contrató además a trabajadores foráneos.
El caso es que esta villa fortaleza medieval, cuyo magnífico castillo domina el baluarte de su entrada, que fuera fundada allá por el siglo IX por los musulmanes como avanzadilla defensiva y que tras muchas vicisitudes permaneció finalmente en manos de la casa de Alba durante cinco siglos, nunca llegó a inundarse. Y hoy es una visita indispensable porque, a pesar de los pesares, el paseo por todo el perímetro del adarve de su muralla y la visita al castillo son sencillamente espectaculares.
→ Los puentes flotantes
Vinculados a la vía, como elementos de hecho consustanciales a la misma, están los puentes. Es tradicional que los lugareños apelliden “romano” a cualquiera de estas construcciones antiguas cuyo origen desconocen, pero que en la mayoría de los casos se trata más bien de estructuras a lo sumo medievales, aunque a veces se acierta no ya porque lo que quede en pie lo sea sino porque al menos parte de su fábrica reutilizada sí. No es el caso del puente romano de Cáparra, que parece que conserva parte del original romano, aunque ha sufrido notables modificaciones a lo largo de su historia; lo curioso de este puente es también que su pertenencia flota, pues aunque figura un puente romano de Cáparra en la base de datos ministerial como bien de interés cultural con categoría de monumento, esta lo ubica en el término municipal de Oliva de Plasencia, lo que no se corresponde con el puente que conocemos que está en el de Guijo de Granadilla.
Paradójicamente también se publica en un BOE de 1980 un expediente de incoación de un puente romano como “monumento histórico-artístico” –el título que se empleaba para estos casos en tiempos pasados, afortunadamente hoy ya en desuso- en Guijo de Granadilla, pero es difícil saber si se refiere al mismo puente del que hablábamos o al conocido como el Pontón, que tiene también su historia: llamado así por el tamaño de su arco, a este puente se lo identifica también como romano, puede que del siglo II, aunque aquí no hay consenso entre los estudiosos. El caso es que salvaba el cauce del río Alagón, probablemente asociado a la antigua vía que pasaba por Calzadilla y Coria, pero con la finalización de la presa del embalse de Guijo de Granadilla en 1982, la inundación del terreno obligó a construir un nuevo puente y se optó por trasladar este a una nueva ubicación, la actual, en la que parece flotar sobre las aguas embalsadas. Según los autores del proyecto con este nuevo emplazamiento se buscaba que “la pieza objeto del traslado se integre recobrando su perdida significación neutralizando la degradación que puede representar su reducción a forma escultórica”, una solución cuyo discurso parte de la relación entre distancia y tiempo. El resultado es cuando menos sorprendente, uno de esos sitios que impredeciblemente son bastante desconocidos aún.
AZUL PIEDRA · TRASIERRA TIERRAS DE GRANADILLA